La energía de Imamiah nos impulsa a ingresar en las filas del pueblo elegido. Dice Kabaleb a este respecto en su Interpretación Esotérica del Génesis: “Pertenecen al Pueblo Elegido quienes, en un momento dado de sus vidas, ponen sus vehículos humanos al servicio de su personalidad divina, es un pueblo que se caracteriza por su afán de divinizar la Tierra, por su empeño en que la vida material sea el reflejo exacto del discurrir de las cosas en los mundos del espíritu”. Es decir que todo sea paz, armonía, belleza. Imamiah nos invita a reflexionar sobre todo ello a lo largo de este mes lunar.En cuanto al ángel Mikhael ( a no confundir con el arcángel del mismo nombre y que es el que dirige los trabajos del Séfira Tiphereth, al que pertenece el ángel 42), nos impulsa a descubrir nuestras estrategias de autosabotaje, las tendencias que nos llevan a traicionar nuestra propia esencia.
La Nueva Jerusalén Celestial
Todos los relatos bíblicos reflejan nuestro historial psíquico, los pasos que vamos dando en nuestro acceso a la conciencia. Cada nombre bíblico, trátese de un lugar o de un personaje, simboliza determinadas tendencias. En ese sentido, podemos decir que en nuestra psique se erige por un lado la Jerusalén profana y por otro la Jerusalén sagrada, también llamada la Nueva Jerusalén celestial o Ciudad de Cristal.La Jerusalén profana es la ciudadela psíquica que construimos con la inteligencia, los sentidos, las observaciones, en definitiva, con nuestras experiencias. De ella el Cristo decía que sería destruida una y otra vez antes de que fuéramos capaces de construir la otra, la Jerusalén eterna, la que es inexpugnable, e indestructible. A cada vez que nace un nuevo concepto, un nuevo paradigma, como ocurrió por ejemplo con Galileo, con Colón, con Freud o con los físicos cuánticos, la vieja ciudadela psíquica, la Jerusalén profana, es destruida, para luego ser de nuevo levantada.
Y ello ocurrirá hasta que el Cristo le dé el golpe de gracia, con la espada del discernimiento, para dejar paso a la otra, a la ciudad eterna. Y es destruida una y otra vez porque, como dice el Maestro (Lucas, XIX, 41-44), no ha conocido el tiempo en que ha sido visitada, es decir que no ha sabido impregnarse de la luz que la enseñanza crística le aportaba. En efecto, Jesús penetró muchas veces en la ciudadela santa para predicar pero quienes le escuchaban, en su mayoría, no supieron ver en él el constructor de un nuevo orden, basado en el amor. Su doctrina ha sido una y otra vez divulgada en infinidad de foros y de iglesias sin que haya llegado a ser bien comprendida.
La Jerusalén celestial es un estado de conciencia que alcanzamos cuando, tras haber superado todas las pruebas, permitimos que el designio divino se encarne en nuestra tierra psíquica y luego en nuestra realidad material. Es cuando el creador y su obra se funden, el observador y el protagonista, el Sol y la Luna, el potencial y la realización, todos se unen, es cuando “la esposa se engalana para su esposo”, según dice el Apocalipsis, es el acceso a la plena conciencia.
Cuando alcanzamos este estado, la magia se enseñorea de nuestras vidas, lo creado es entonces una fuente permanente de inspiración y transformación para el creador. Y todo ello produce un estado inefable de felicidad interior, un ordenamiento perfecto de todas las cosas, esto es el estado llamado Nueva Jerusalén. Cuando un número crítico de seres hayan alcanzado este punto, la ciudadela santa se hará realidad para todos, porque lo cierto es que nuestras disposiciones internas configuran la organización social, y la Nueva Jerusalén es una creación interna en la que la personalidad profana -el ego personal- se pone a las órdenes del yo superior.
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